El amor en Cumbres Borrascosas: la pasión que trasciende la vida y la muerte
- Melisa Machuca

- 6 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 7 sept
“Whatever our souls are made of, his and mine are the same.”Esa frase de Catherine resume la esencia del amor en Cumbres Borrascosas, la obra inmortal de Emily Brontë. No es un amor amable ni sosegado, tampoco un idilio que busca encajar en los moldes sociales o religiosos de su tiempo. Es, más bien, un amor que arde, que consume, que desgarra. Un vínculo tan poderoso que se convierte en destino, incluso cuando los personajes hacen todo lo posible por negarlo o encauzarlo hacia lo aceptable.
Heathcliff y Catherine no representan la dulzura de un amor romántico clásico, sino la crudeza de una unión que se impone como necesidad vital. Están atados por un lazo invisible que no entiende de convenciones sociales ni de apariencias. Su amor es un espejo oscuro donde se reflejan tanto la plenitud como la destrucción. La pasión que sienten los eleva, pero también los condena: Catherine, al elegir la seguridad de Edgar Linton, se condena a sí misma a vivir a medias, y Heathcliff, consumido por el rencor y la obsesión, convierte ese amor en un arma de venganza.
La fuerza del amor en Cumbres Borrascosas es tan radical que trasciende el tiempo, la carne y la muerte. Catherine lo dice con brutal honestidad: “Yo soy Heathcliff”. Esa declaración anula la individualidad para afirmar la fusión absoluta de dos almas. Brontë plantea así una idea central que incomodó a la sociedad victoriana: el amor no siempre se expresa en ternura o entrega desinteresada; puede ser tormenta, fuego, fatalidad.
Heathcliff y Catherine no se aman con calma: se aman con tormenta.

Un amor que no entiende de normas, que eleva y destruye al mismo tiempo
En este sentido, la novela nos confronta con una pregunta que sigue vigente: ¿es el amor verdadero aquel que calma, acompaña y construye, o también lo es el que arrasa, el que nos recuerda que estamos vivos aunque nos duela? Brontë no ofrece respuestas, pero sí deja claro que el amor, en su forma más pura e instintiva, es fuerza de la naturaleza. Y como toda fuerza indomable, puede tanto dar vida como destruirla.




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